viernes, 26 de septiembre de 2014

JUSSI ADLER-OLSEN, DEPARTAMENTO Q. La mujer que arañaba las paredes.

He llegado a este autor de novela negra a través de un medio poco habitual ya que asistí antes del verano, en mi librería habitual, a la presentación de su último libro del departamento Q. En esta presentación habló sobre el plan de esta serie del Departamento Q que ya tenía escrita en líneas generales y bien guardado ese material en una caja fuerte. Si no recuerdo mal dijo que serían diez volúmenes y ni uno más. 

Cuando fui a escucharle no había leído ninguna de sus obras pero tenía comprada la primera, La mujer que arañaba las paredes, y compré la tercera supongo que por descuido. Me sorprendió que entre el público había auténticos entusiastas de esta serie que preguntaron detalles sobre los personajes que despertaron, y mucho, mi curiosidad. Así que intercalado con otras lecturas le busqué un hueco a este primer volumen de 429 páginas. Su título hace referencia a la protagonista del caso, que resolverá el Departamento Q, que fue secuestrada y encerrada en un espacio reducido en el que rascaba las paredes.


Es posible que cuando hayáis empezado a leer esta reseña la hayáis catalogado ya: novela negra y nórdica, una serie más. Pese a que tengo que ir contra ese estereotipo (en cierta manera ganado a pulso por tanta novela con estas características publicada), me voy a arriesgar a recomendarla por varios motivos: en primer lugar por sus dos personajes principales, el inspector Carl Morck, un tipo de los que me gusta encontrar en este género, atormentado, individualista, conflictivo e inteligente. Su ayudante, Hafez-el-Assad, un refugiado político sirio lleno de vitalidad que lleva unos años en Dinamarca y que se supone que no tiene ninguna cualificación como policía y que le ayuda para ordenar documentos, hacerle el café y limpiar. En segundo lugar la formación del Departamento Q, unidad especial dedicada a casos no resueltos, es una argucia por parte de sus superiores para retirar a Carl Morck de la circulación y, a la vez, obtener fondos para otros departamentos. Y en tercer lugar, la trama de este primer caso está centrada en una política, Merete Lyngaard, desaparecida hace cinco años y que en un inicio trepidante sabemos que está viva y encerrada en una especie de cápsula de descompresión. Sabemos más que la policía y vamos conociendo las rencillas y corruptelas del ambiente político y policial danés. 

La trama está bien construida, mantiene en todo momento la atención y, pese a que va alternando momentos cronológicos diferentes, resulta fácil de seguir. En definitiva, una buena, y entretenida, novela negra que nos permite también conocer un país supuestamente modélico como es Dinamarca

miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAUTIVADOR Y ESCRITOR: JUSSI ADLER-OLSEN

Puedes contemplar una imagen durante toda una semana y no volver a pensar en ella de nuevo. Aunque también puedes mirar una foto tan solo un segundo y recordarla toda la vida.
JOAN MIRÓ

Voy a intentar, partiendo de alguna foto (o fotos) de los autores/as que leo, hacer un PIE DE FOTO, con lo que me inspiran. Será inevitable que la lectura de su obra o algún rasgo biográfico me ayuden. Es posible que no todos me transmitan algo que decir, así que solo lo haré con aquellos/as que me inspiren.

JUSSI ADLER-OLSEN 


Jussi Adler-Olsen nació en 1950 en Copenhague, es un hombre atractivo, su imagen transmite juventud y vitalidad, no para de sonreír y gesticular mientras habla. Hizo la presentación de la serie del Departamento Q, a la que yo asistí, de pie mientras una joven traductora sentada iba reproduciendo sus palabras.

Estudió medicina, sociología, historia y comunicación audiovisual. Se dedicó al periodismo y fue coordinador del Movimiento por la Paz de Dinamarca. Empezó su carrera literaria tarde, en el año 2004, y el éxito de su primera novela, La casa del alfabeto, impulsó su posterior serie del Departamento Q. 

Su cabello canoso, siempre muy corto, su perilla muy recortada y una media sonrisa, denota un ligero cinismo que capta la atención de quien lo escucha, al igual que sus libros. 

Acostumbra a llevar pantalones sport, tejanos o chinos, de colores oscuros: negro, azul, gris. En este caso combinó un chino azulón con una camisa de dibujo geométrico en tonos blanco y negro. Una buena combinación de atrevimiento sesentero moderado por lo reducido del tamaño del dibujo, una camisa de calidad. Lo más anodino resulta el cinturón de piel avejentada.


Es posible que en momentos determinados introduzca elementos disparatados como una bufanda de colores, o una carcajada, que resultan excesivas combinadas con su lado más tradicional (que puede llegar al traje gris sin corbata), una camisa blanca de cuadros y un abrigo gris. Son los detalles fou los que explican sin duda alguna que haya sido capaz de escribir la serie desbordante, loca y muy negra del Departamento Q.


Cuando combina jerséis grises con una estudiada camiseta blanca que le da la réplica perfecta a ese color anodino y tejanos negros, su imagen es impecable, la imagen de un hombre polifacético, imaginativo, impulsivo, comprometido y que cuida su imagen para cautivarnos. Se le nota su deseo de alcanzar el éxito y para ello puede parecer que ha variado el rumbo profesional, no me extrañaría que tuviera reputación de persona camaleónica, pero esto no hace sino demostrar su flexibilidad y creatividad. Su capacidad para la escritura.

viernes, 19 de septiembre de 2014

AGOTA KRISTOF, Claus y Lucas.

Este libro, editado en 2007, llevaba en casa unos cuantos años, quizás cinco o seis. No me había llamado la atención en todo ese tiempo. La lectura de una reseña de otra obra (no recuerdo ahora en qué blog) y la recomendación de Dr Krapp que la estaba leyendo, me animaron a su lectura.

El título responde a los dos hermanos que protagonizan las tres novelas que componen este volumen, Claus y Lucas, cuyas letras cambiadas dan lugar a los dos nombres y no es por casualidad. Las tres novelas se titulan: El gran cuaderno (1986), La prueba (1988) y La tercera mentira (1991). En esta edición están publicadas las tres formando un volumen de 444 páginas.


Agota Kristof nació en Hungría en 1935 y murió en Suiza en 2011. A los 21 años escapó de Hungría al ser aplastada la revolución de 1956 por las tropas del Pacto de Varsovia. Trabajó en una fábrica de relojes en Suiza e intentó compaginarlo con su trabajo como escritora, primero en húngaro y después en francés. Su primera novela fue El gran cuaderno.

Claus y Lucas es la historia de dos gemelos que viven en una ciudad fronteriza de cuyo nombre no sabemos nada. El momento en el que arranca la historia es la II Guerra Mundial y entre los tres libros se avanza en la Guerra Fria en un país de socialismo autoritario y su fin acercándonos al presente. 

En El gran cuaderno el relato se desarrolla en presente y en plural, los dos gemelos son uno que nos va explicando sus peripecias desde la perspectiva de dos niños de seis años. La narración se basa en una descripción de los hechos amoral, sin emociones. Pese a que parece que la autora nos aboca a conocer la vida triste de dos niños en medio de una terrible guerra, la realidad es otra. La maldad aparece de la mano de unos niños dispuestos a sobrevivir, a juzgar y a impartir justicia si es preciso. 


En La prueba el relato cambia, la narración pasa a la tercera persona y cambia puesto que Claus parece haber desaparecido y aparecen nuevos personajes que son importantes pese a su carácter secundario (Víctor, Peter, Yasmine y Clara). En esta segunda novela empiezan las dudas sobre la existencia real de Claus y, por tanto, de la autenticidad de lo narrado en El gran cuaderno. Sin embargo la autora juega con el lector cuando parece indicar que el dolor de Lucas por la separación de su hermano le ha provocado su olvido. 

Lucas dice: 
-Conozco el dolor de la separación. -La muerte de tu madre. -No, es algo distinto (p. 208). 
En esta segunda parte tiene gran relevancia la “presencia” del ambiente arbitrario, frío y terrorífico del totalitarismo. No se apunta a un país, se pretende la denuncia universal de cualquier sistema en el que el poder lo ejerce una minoría y la mayoría están desposeídos de los derechos políticos más elementales. Le dice Lucas a Peter miembro del partido en el poder:
-¿Y tú, Peter? Tú también tendrás que responder alguna vez a determinadas preguntas. Yo he asistido algunas veces a tus reuniones políticas. Haces discursos, la sala te aplaude. ¿Crees sinceramente en lo que dices? 
-Estoy obligado a creer. 
-Pero, en lo más profundo de ti mismo, ¿qué piensas? 
-No pienso. No puedo permitirme ese lujo. Llevo el miedo en mi interior desde la infancia (p. 233). 

La prueba termina con un informe policial en el que se solicita la repatriación de Claus T. y en el que parece que ninguno de los personajes ha existido nunca. 

Y La tercera mentira es un relato totalmente diferente en el que se pasa de la primera a la tercera persona y del presente al pasado y de éste al presente. En este tercer libro se descubre la identidad del narrador: todo lo que sabemos de los gemelos se conoce a través de sus cuadernos, escritos a lo largo del tiempo. La confusión, las dudas sobre lo verdadero y lo falso, la incomodidad del lector que se había hecho una idea y la autora se la destroza en pedazos sin encontrar tampoco la alternativa, domina este último libro. Y es que la autora nos contagia la idea de lo poco sugestiva que es la realidad y de la necesidad, quizás, de la mentira.

-Lo que quisiera saber es si escribe cosas que han ocurrido de verdad o cosas inventadas. Le contesto que trato de escribir cosas que han ocurrido de verdad pero que, en un momento dado, la historia se hace insoportable por su misma verdad y entonces me veo obligado a modificarla. Le digo que intento contar mi historia pero no puedo, no tengo valor, me hace mucho daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido (p. 317). 

Las tres historias tienen en común el cuidado y preciso estilo de su autora que nos presenta un verdadero galimatías al que se le da vueltas días después de su lectura. Cuando se acaba la lectura no se puede concluir nada, quizás no es necesario y simplemente debemos dejarnos embargar por lo triste que puede ser la vida acuciada por el desarraigo, la soledad, el totalitarismo, la guerra y la represión. Ninguna reseña puede acercarse a la intensidad que su lectura provoca.

sábado, 13 de septiembre de 2014

JEANETTE WINTERSON, La niña del faro.

El entusiasmo de Ana, del blog Blasfuemia, me condujo a esta novela. Los faros y las historias narradas oralmente fueron otros incentivos que me motivaron a buscarlo. La niña del faro tiene 199 páginas y su título habla de una niña huérfana que es adoptada por el farero, el señor Pew, de un remoto pueblo de Escocia. La portada del libro es un caballito de mar que, en la novela, simboliza al frágil héroe del tiempo


Jeanette Winterson (Manchester, 1959) es considerada una de las mejores escritoras anglosajonas de la época contemporánea. Trata con frecuencia el tema de la homosexualidad femenina por su opción sexual personal que nunca ha ocultado desde los 16 años. La niña del faro fue publicada en 2004 y un año después en castellano. 

Esta novela tiene muchos ingredientes para gustarme: un faro situado en un lugar agreste y solitario en un remoto pueblo de Escocia; un farero que cuenta historias que parecen saltar en el tiempo, o mejor, historias eternas sin tiempo; personajes atractivos por su trágico destino; y, sobre todo, historias y más historias contadas por el farero y luego por Silver, la niña del faro.



Silver es una niña especial, eso ya se lo decía su madre cuando era muy pequeña: Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio. Y de esta forma Silver se acostumbra a que el farero le cuente historias para no sentirse sola. Y en esas historias contadas por el farero, el señor Pew, aparece Babel, un hombre atormentado con una doble vida al estilo del doctor Jekyll y el señor Hyde. El amor, o el desamor, es el leit motiv de las historias que se cuentan en esta obra. 

Mejor pensar en mi vida así: parte milagro, parte locura. Mejor aceptar que no puedo controlar nada de lo que realmente importa. Mi vida es una estela de naufragios y de partidas a toda vela. No hay llegadas ni destinos. Solo bancos de arena y naufragio. Luego, otro barco, otra marea (p. 116). 
Jeanette Winterson escribe bien, tiene un estilo rápido, poético y que llena de contenido existencial. De esta manera es imposible no ensoñar el paisaje, el faro, los personajes solitarios y llenos de la magia de la palabra. Su escritura ilumina momentos muy concretos de las historias que aparentan que están deslavazadas, pero es que la narración continua de la existencia es mentira. No existe tal cosa: existen momentos que se iluminan, y el resto es oscuridad (p. 122). Y aunque las palabras se desvanecen y, a veces, las más importantes no se dicen, lo cierto es que las palabras son la parte del silencio que puede ser hablada (p. 123). 

De esta forma, hilando historias, silencios, posibilidades, nombres, lugares y personajes entrañables, esta novela te envuelve. Pese a todo, no me parece una novela redonda, algunas veces las historias no acaban de encajar de forma clara y acaba siendo reiterativa.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

LIBROS VACIOS

DAVID JIMÉNEZ


Llevo meses pensando en algo extraño.

Los libros forman parte de mi vida de una forma íntima y gozosa. Prefiero leer a casi cualquier otra actividad, necesito estar arropada de libros y estimulada por palabras. Los libros son para mí una fuente de placer, pero también son un reto, un esfuerzo por desentrañarlos, una incitación a la reflexión y a la resolución de dudas e interrogantes.

Leer me ayuda a pensar, a esclarecer, a meditar. A veces leer es llorar y sonreír, pérdida y encuentro, viaje y parálisis. No puedo conformarme con la lectura pasiva, siempre me involucro, doblo páginas, señalo (siempre con lápiz), exclamo, vuelvo atrás, releo ese fragmento que me indujo a pensar algo diferente a lo que, páginas después,  parece decir...

Y cuando acabo la lectura, pongo mi nombre, el mes y el año en que lo he leído. Después anoto en mi libreta impresiones sucintas.

Ahora que compro bastantes libros en librerías de segunda mano y de ocasión, me da por pensar, con extrañeza, el poco valor que tendrán mis libros si acaban vendidos por quienes los hereden. De hecho, casi nadie considera que los libros sean una herencia a tener en cuenta, casi siempre son una molestia que no se sabe como resolver para dejar espacio a otros objetos. Casi todos los libros que compro en esas librerías de segunda mano están nuevos, sin puntitas de hojas dobladas, sin marcas de lápiz, sin la firma de su dueño, vacíos. Libros de alguien que no imprimió ni una pequeña señal de su lectura y que permiten poner a las librerías la máxima puntuación porque están “nuevos”, “sin marca”, “sin mácula”.


Quizás por mi entrega a la lectura, ésta me ha proporcionado una alegría más: mi búsqueda de Finnegans Wake ha finalizado. Estaba en el Mercat de S. Antoni, un mercadillo de libros viejos y de ocasión, comics, revistas, postales y videojuegos que se celebra los domingos en Barcelona. Un amigo lo ha encontrado para mi.

viernes, 5 de septiembre de 2014

STEFAN ZWEIG, Mendel el de los libros.

Un brillante relato de 57 páginas sobre la exclusión en la Europa de entreguerras, entre la Gran Guerra y la Guerra civil europea, entre tragedia y tragedia. Esa es la época que tuvo que vivir Zweig. 



Y Mendel, aquel hombre bueno y formal, habría tenido razón de haber soltado cualquier ordinariez que se le hubiera ocurrido, pues sólo un extraño, un ignorante -un amhorez, como él mismo decía- podía hacerle a él, a Kacob Mendel, una proposición tan humillante. Anotarle a él a Jacob Mendel, el título de un libro, como si fuera el aprendiz de una librería o el bedel de una biblioteca, como si aquella inigualable mente libresca, diamantina, hubiera tenido que echar mano jamás de un recurso semejante, tan vulgar. Sólo más tarde comprendí hasta qué punto había ofendido su genio singular con aquel amable ofrecimiento, pues Jacob Mendel, aquel judío de Galitzia, pequeño, comprimido, envuelto en su barba y además jorobado, era un titan de la memoria  (p 18). 
El narrador es un hombre que conoció a Mendel el de los libros en su juventud y que lo rescata en el fondo de su memoria, ya que ella se traga lo más importante, tanto en lo que respecta a los acontecimientos como a los rostros, tanto lo leído como lo vivido, dejándolo con frecuencia en lo más hondo, en la oscuridad, y no devuelve nada de ese mundo subterráneo sin que uno ejerza presión… Para ello cualquier minúsculo gancho puede ser bueno, una postal, unas letras, un olor, una sensación… y de pronto, lo olvidado resurge de un brinco de la fluida y oscura superficie, vivo y coleando. En este caso el gancho fue el Café vienés de Gluck y Mendel emergió del olvido: el mago, el corredor de libros que, imperturbable, se sentaba allí día tras día, de la mañana a la noche. 

Mendel, el librero de viejo, excluido en medio de una guerra entre naciones, la Gran Guerra, cuando para él solo había una patria, solo un territorio, el de los libros. Ese apátrida territorial, ese hombre de los libros fue capaz de enseñar que todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monotonía sublime, sagradamente emparentada con la locura.

Una joya, un libro para defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido

[Excepcionalmente no he puesto las páginas de los fragmentos excepto el primero, me parecía que entorpecía la lectura].

lunes, 1 de septiembre de 2014

GONZALO HIDALGO BAYAL, Campo de amapolas blancas.

 (…) el mejor estímulo del espíritu se hallaba en las hojas blancas de las amapolas, porque éstas contenían la esencia del paraíso, su síntesis primordial (p. 60-61). 
Se trata de un relato, más que de una novela, por su extensión, 97 páginas. Le acompaña un Epílogo de Luis Landero que incrementa las páginas hasta las 109. Su título es una metáfora que puede interpretarse de distintas maneras, una de ellas es la de la búsqueda de la felicidad en la juventud de su protagonista H. 


Gonzalo Hidalgo Bayal (1950), ha trabajado como profesor de lengua y literatura en la enseñanza secundaria. Es poeta, novelista y ensayista. Campo de amapolas blancas, es un relato publicado en 1997. 

Es la primera obra que leo de esta autor para mi desconocido, leí en la prensa una referencia a ella y me llamó la atención lo suficiente para comprarla.


Respecto al contenido la trama son los recuerdos sobre un amigo del que no sabemos el nombre, solo la inicial H., desde la niñez hasta su separación en la juventud siendo veinteañeros. Estamos en la España de finales de los sesenta en una ciudad inexistente, Murania, cerca de Salamanca y Madrid. Dos niños se hacen amigos en el colegio de los hervacianos, su afán lector los une y su amistad se cimentará en el instituto y en los primeros años de la Universidad. A partir de ahí se distanciaran y el narrador recordará a H. al saber de su muerte.

La sustancia del relato, estructurado en catorce capítulos en recuerdo de los sonetos escritos en la primera juventud, es la búsqueda de la felicidad en una época de iniciación a la vida. Una búsqueda que para H. acaba siendo desoladora y acaba provocando tristeza, como cuando se oye llover (imagen que es una constante en H.), y melancolía.

Hidalgo Bayal escribe muy bien, al estilo clásico, con realismo, pero a la vez recurriendo a artificios retóricos que convierten este relato en un manjar exquisito que provoca el deseo de repetir (releer o buscar otras obras).

Por mi parte, he contemplado campos de fresas, de trigo y de algodón, oigo a veces el sonido compacto de Strawberry fields forever, he sabido de campos de batalla, magnéticos y santos, pero, por más que miro a los lados de la carretera cuando viajo en coche por tierras de murgaños, aún no he encontrado campos de amapolas blancas (p. 97).